En las celebraciones litúrgicas, confesamos y proclamamos nuestra fe. Celebrar es expresar con gozo y júbilo lo que vivimos y creemos. Lo que no se expresa, no es, no existe, o puede acabar no siendo, no existiendo. Expresar es pasar al plano de lo visible y sensible aquello que permanecía invisible, que estaba dentro.
Lo que expresamos en una celebración, cobra vida, no se queda en la razón, en lo teórico, en los conceptos. La fe que se celebra se hace vida porque la celebración es un paso importante para encarnar la fe, para traducirla en compromiso.
La celebración litúrgica crea y recrea a la comunidad. La comunidad que celebra la fe se va haciendo más comunidad.