Solemnidad de san Pedro y san Pablo
Ambientación inicial:
Celebramos a Jesucristo en sus dos grandes columnas de la fe: los apóstoles Pedro y Pablo. Pedro el primero que confesó la fe en Jesús como Mesías, el Hijo de Dios. Pablo que propaga la Palabra a todas las gentes. Los dos, por caminos diversos, congregaron la única Iglesia de Cristo. Ellos han conservado la fe y la han transmitido con su testimonio. Ellos dos nos muestran cómo la fe es fuente de vida para la propia existencia y para la vida de la Iglesia.
Bienvenidos.
Rito del perdón:
- Tú, que nos aceptas a todos, nos comprendes y nos animas a seguir en esta complicada historia humana. Señor, ten piedad.
- Tú, que has compartido nuestra vida, te has hecho como nosotros. Cristo, ten piedad.
- Tú, que nos das ánimos para seguir porque te sentimos a nuestro lado. Señor, ten piedad.
Ambientación a la Palabra:
No siempre vemos claro el camino a seguir; sentimos miedo, lo mismo que lo sintieron los que formaban la primera generación de cristianos. Con esfuerzo descubrieron cómo Dios los orientó y animó. También ahora hemos de buscar juntos, participar en las dudas y compartir nuestras reflexiones y experiencias. Dios sigue hablándonos.
Lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles.
EN aquellos días, el rey Herodes decidió arrestar a algunos miembros de la Iglesia para maltratarlos. Hizo pasar a cuchillo a Santiago, hermano de Juan. Al ver que esto agradaba a los judíos, decidió detener también a Pedro. Eran los días de los Ácimos. Después de prenderlo, lo metió en la cárcel, entregándolo a la custodia de cuatro piquetes de cuatro soldados cada uno; tenía intención de presentarlo al pueblo pasadas las fiestas de Pascua. Mientras Pedro estaba en la cárcel bien custodiado, la Iglesia oraba insistentemente a Dios por él.
Cuando Herodes iba a conducirlo al tribunal, aquella misma noche, estaba Pedro durmiendo entre dos soldados, atado con cadenas. Los centinelas hacían guardia a la puerta de la cárcel.
De repente, se presentó el ángel del Señor, y se iluminó la celda. Tocando a Pedro en el costado, lo despertó y le dijo: «Date prisa, levántate». Las cadenas se le cayeron de las manos, y el ángel añadió: «Ponte el cinturón y las sandalias». Así lo hizo, y el ángel le dijo:
«Envuélvete en el manto y sígueme».
Salió y lo seguía, sin acabar de creerse que era realidad lo que hacía el ángel, pues se figuraba que estaba viendo una visión. Después de atravesar la primera y la segunda guardia, llegaron al portón de hierro que daba a la ciudad, que se abrió solo ante ellos. Salieron y anduvieron una calle y de pronto se marchó el ángel.
Pedro volvió en sí y dijo:
«Ahora sé realmente que el Señor ha enviado a su ángel para librarme de las manos de Herodes y de toda la expectación del pueblo de los judíos».
R/. El Señor me libró de todas mis ansias
Bendigo al Señor en todo momento
su alabanza está siempre en mi boca;
mi alma se gloría en el Señor:
que los humildes lo escuchen y se alegren. R/.
Proclamad conmigo la grandeza del Señor,
ensalcemos juntos su nombre.
Yo consulté al Señor, y me respondió,
me libró de todas mis ansias. R/.
Contempladlo , y quedaréis radiantes,
vuestro rostro no se avergonzará.
El afligido invocó al Señor,
él lo escuchó y lo salvó de sus angustias. R/.
El ángel del Señor acampa en torno
a quienes lo temen y los protege.
Gustad y ved qué bueno es el Señor,
dichoso el que se acoge a él. R/.
Segunda carta del apóstol san Pablo a Timoteo.
QUERIDO hermano:
Yo estoy a punto de ser derramado en libación y el momento de mi partida es inminente. He combatido el noble combate, he acabado la carrera, he conservado la fe.
Por lo demás, me está reservada la corona de la justicia, que el Señor, juez justo, me dará en aquel día; y no solo a mí, sino también a todos los que hayan aguardado con amor su manifestación.
Mas, el Señor estuvo a mi lado y me dio fuerzas para que, a través de mí, se proclamara plenamente el mensaje y lo oyeran todas las naciones. Y fui librado de la boca del león.
El Señor me librará de toda obra mala y me salvará llevándome a su reino celestial.
A él la gloria por los siglos de los siglos. Amén
Lectura del santo Evangelio según san Mateo.
EN aquel tiempo, al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos:
«¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?».
Ellos contestaron:
«Unos que Juan el Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas».
Él les preguntó:
«Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?».
Simón Pedro tomó la palabra y dijo:
«Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo».
Jesús le respondió:
«¡Bienaventurado tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos.
Ahora yo te digo: tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará.
Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos».
Oración de los fieles:
- Por las Iglesia misionera y sinodal, abierta y comprometida con las causas de inhumanidad, para que el Señor le fortalezca en sus acciones. Roguemos al Señor.
- Por el Papa León y su magisterio, para que el Señor le ilumine y acompañe. Roguemos al Señor.
- Por la comunidades cristianas pequeñas y dispersas, para el Señor resucitado las bendiga y multiplique. Roguemos al Señor.
- Por la Iglesia perseguida, para que se sienta protegida por la presencia del Señor. Roguemos al Señor.
- Por todas las personas que sirven a la comunidad, para que el Señor aumente su actitud de servicio gratuito a los demás. Roguemos al Señor.
- Por las personas que sienten la llamada a la vida sacerdotal o religiosa, para que, superando los miedos, respondan con alegría a la llamada de Dios. Roguemos al Señor.
Oración después de la comunión:
Siento, Señor, que estoy
donde Tú quieres que esté;
que nací para estar donde ahora estoy,
que vine al mundo para hacer lo que hago…
De no ser así,
Tú me hubieras hecho diferente:
Más sabio o más pobre,
más hábil o más torpe,
más tierno o más firme,
más fuerte o más débil …
Tú,
que has abierto el cielo para siempre,
que me has dado vida y nombre,
que te has mojado para mojarme,
que me has perfumado con tu Espíritu,
que me susurras tus quereres,
que me llamas hijo sin avergonzarte,
que me bautizaste para comprometerte
y que te alegras de que esté donde Tú me soñaste,
apacigua mi espíritu
cuando a veces se me ocurre,
al pesar mi vida –lo que hago, mis vanidades-,
que podría haber hecho algo más grande.