SOLEMNIDAD DE PENTECOSTÉS

Ambientación inicial

En esta fiesta de Pentecostés, el Espíritu nos invita a vivir con armonía la diversidad de carismas en la unidad, no en la uniformidad Hay diversidad de carismas, pero un mismo Espíritu, diversidad de ministerios, pero un mismo Señor y diversidad de actuaciones, pero un mismo Dios que actúa todo en todos.
Celebremos que Dios unifica lo dividido de la humanidad y que cada uno de nosotros con los dones que hemos recibido somos necesarios para el bien común. Con actitud sinodal, de apertura y gratuidad nos disponemos a participar en esta  celebración.

Rito del perdón
  • Tú, que llenas nuestro corazón de paz. ¡Señor, ten piedad!
  • Tú, que llenas nuestro corazón de alegría. ¡Cristo, ten piedad!
  • Tú, que llenas nuestro corazón de consuelo. ¡Señor, ten piedad!
Ambientación a la Palabra:

         En la primera lectura del Libro de los Hechos de los Apóstoles, San Pablo, con el símil del cuerpo, nos recuerda que ninguno es suficiente, pero todos necesarios. El Espíritu Santo derrama sus dones en cada uno de nosotros, y sólo cuando los ponemos al servicio común, estamos dando fruto. También en la segunda lectura se nos habla de las acciones que provoca en la comunidad la efusión del Espíritu Santo. El evangelio nos recuerda que Jesús, lo primero que hace al mostrarse a los discípulos, es darles la paz y el Espíritu para que sean fieles a la tarea que les encomienda.

Lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles. 2, 1 – 11

Al cumplirse el día de Pentecostés, estaban todos juntos en el mismo lugar. De repente, se produjo desde el cielo un estruendo, como de viento que soplaba fuertemente, y llenó toda la casa donde se encontraban sentados. Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se dividían, posándose encima de cada uno de ellos. Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía manifestarse. Residían entonces en Jerusalén judíos devotos venidos de todos los pueblos que hay bajo el cielo. Al oírse este ruido, acudió la multitud y quedaron desconcertados, porque cada uno los oía hablar en su propia lengua. Estaban todos estupefactos y admirados, diciendo:
«¿No son galileos todos esos que están hablando? Entonces, ¿cómo es que cada uno de nosotros los oímos hablar en nuestra lengua nativa?
Entre nosotros hay partos, medos, elamitas y habitantes de Mesopotamia, de Judea y Capadocia, del Ponto y Asia, de Frigia y Panfilia, de Egipto y de la zona de Libia que limita con Cirene; hay ciudadanos romanos forasteros, tanto judíos como pro sélitos; también hay cretenses y árabes; y cada uno los oímos hablar de las grandezas de Dios en nuestra propia lengua».

Salmo 103, 1ab. 24ac. 29b – 31.34

Envía tu Espíritu, Señor, y repuebla la faz de la tierra.
Bendice, alma mía, al Señor:
¡Dios mío, qué grande eres! Cuántas son tus obras, Señor;
la tierra está llena de tus criaturas. R

Les retiras el aliento, y expiran
y vuelven a ser polvo;
envías tu espíritu, y los creas,
y repueblas la faz de la tierra. R.

Gloria a Dios para siempre,
goce el Señor con sus obras;
que le sea agradable mi poema,
y yo me alegraré con el Señor. R.

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios 12, 3b – 7. 12 – 13

Hermanos:
Nadie puede decir: «Jesús es Señor», sino por el Espíritu Santo.
Hay diversidad de carismas, pero un mismo Espíritu; y hay diversidad de ministerios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de actuaciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos. Pero a cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para el bien común. Pues, lo mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo, así es también Cristo. Pues todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu.

Ven Espíritu divino,
manda tu luz desde el cielo.
Padre amoroso del pobre;
don, en tus dones espléndido;
luz que penetra las almas;
fuente del mayor consuelo.

Ven dulce huésped del alma,
descanso de nuestro esfuerzo,
tregua en el duro trabajo,
brisa en las horas de fuego,
gozo que enjuga las lágrimas
y reconforta en los duelos.

Entra hasta el fondo del alma,
divina luz y enriquécenos.
Mira el vacío del hombre,
si tú le faltas por dentro;
mira el poder del pecado,
cuando no envías tu aliento.

Riega la tierra en sequía,
sana el corazón enfermo,
lava las manchas, infunde
calor de vida en el hielo,
doma el espíritu indómito,
guía al que tuerce el sendero.

Reparte tus siete dones,
según la fe de tus siervos;
por tu bondad y tu gracia,
dale al esfuerzo su mérito;
salva al que busca salvarse
y danos tu gozo eterno.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles
y enciende en ellos el fuego de tu amor.

Lectura del santo Evangelio según san Juan 20, 19 – 23

AL anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:
«Paz a vosotros».
Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:
«Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo».
Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo:
«Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los peca dos, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos».

Oración de los fieles, respondemos: Abre nuestros corazones a tu Espíritu.
  • Por el Papa Francisco, los obispos y todos los miembros de la Iglesia, para que en todos predomine una actitud misericordiosa. Oremos.
  • Pidamos por la Iglesia, comunidad creyente, para que cada uno, desde la misión que el Señor le encomienda pueda testificar con palabras y obras la presencia de Dios en medio de nuestro mundo. Oremos.
  • Pedimos por nuestros gobernantes, para que generen procesos de paz, busquen la unión de los pueblos y no sean esclavos de intereses personales. Oremos.
  • Pidamos por todas las personas que están dando testimonio del Evangelio en medio del mundo, para que el cansancio, la incomprensión y el desánimo no hagan mella en ellas, sino que puedan vivir y transmitir la alegría de vivir en Cristo y ser anunciadores de la Buena Noticia. Oremos.
  • Por todos los laicos, para que conscientes del don del Espíritu que se nos has dado, cumplamos responsablemente la misión que la Iglesia nos encomienda. Oremos
  • Por cada uno de nosotros y por nuestras comunidades, para que pongamos nuestros dones al servicio de los demás y tengamos una actitud de comunión que haga presente el Evangelio. Oremos.
Después de la comunión:

Ahora que el tiempo parece detenido,
ahora que tu presencia es más palpable,
ahora que mi ser desea y anhela,
ahora que me veo necesitado,
yo te pido al estilo humano:

Envía tu Espíritu sobre mi aridez,
sobre mi fragilidad,
sobre mis miedos,
sobre mi pobreza,
sobre mi cansancio,
sobre mis contradicciones,
sobre mis luchas,
sobre mi impaciencia,
sobre mi frialdad,
sobre mis ansias insaciables,
sobre la falta de fe…

Envía también tu Espíritu
sobre mis alegrías,
sobre mi esperanza,
sobre mi trabajo,
sobre mis proyectos,
sobre mi familia,
sobre mi campo arado,
sobre mis flores compartidas,
sobre mis ansias de cambio,
sobre mis semillas de vida.

Envía, Señor, tu Espíritu,
que cubra con su sombra
todo lo que soy y tengo,
que queme mis despropósitos
y riegue lo que es brote de tus dones.
Envía, Señor, tu Espíritu.