Cuarto Domingo de Adviento Ciclo C

Ambientación inicial:

En este domingo cuarto de Adviento ya vislumbramos el final de nuestro camino; nos acercamos a Judá, a su montaña, con María y, como a ella, también a nosotros se nos dirá: ¡Dichosos porque habéis creído, por que podréis ver la fidelidad de Dios!  Celebremos juntos esta eucaristía abiertos al poder de Dios que obra con grandeza en nuestra comunidad. Sigamos exclamando expectantes: ¡ven, Señor Jesús!

Cuarta vela:

Encendemos ahora la cuarta vela de Adviento. Ya estamos en el último tramo de nuestro recorrido hacia el Señor que viene. Nos hemos preparado acogiendo, promoviendo y protegiendo a nuestros hermanos y hermanas más necesitados. Con María e Isabel hoy también queremos que Dios nos ilumine para poder integrarlos en nuestra vida de forma plena, como hace Jesús con cada uno de nosotros.

Rito del perdón:
  • Por llenarnos de cosas en lugar de abrir nuestro corazón al Señor. Señor, ten piedad.
  • Por las veces que nos aprovechamos de los demás en vez de reconocer en ellos la presencia de Dios. Cristo, ten piedad.
  • Por no acoger la Palabra con total confianza y hacer la voluntad de Dios. Señor, ten piedad.
Ambientación a la Palabra:

El profeta Miqueas, en la primera lectura, anuncia que el Mesías nacerá en una pequeña aldea de la montaña, cerca de la capital, en Belén, pueblo de pastores. La segunda lectura, de la carta a los Hebreos, señala que la causa de la liberación no está en los sacrificios, ni en la ley, sino en el cumplimiento de la voluntad del Padre que realiza Cristo, el Verbo encarnado. En el evangelio encontramos a María e Isabel portadoras del precursor y del realizador de la nueva alianza.

Lectura de la profecía de Miqueas.

Esto dice el Señor:
«Y tú, Belén de Efratá,
pequeña  entre los clanes de Judá,
de ti voy a sacar
al que ha de gobernar Israel;
sus orígenes son de antaño,
de tiempos inmemoriales.
Se mantendrá firme, pastoreará
con la fuerza del Señor,
con el dominio del nombre del Señor, su Dios;
se instalarán, ya que el Señor,
se hará grande hasta el confín de la tierra.
Él mismo será la paz».

Oh, Dios, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve

Pastor de Israel, escucha;
tú que te sientas sobre querubines, resplandece;
despierta tu poder y ven a salvarnos.

Dios del universo, vuélvete:
mira desde el cielo, fíjate,
ven a visitar tu viña.
Cuida la cepa que tu diestra plantó
y al hijo del hombre que tú has fortalecido.

Que tu mano proteja a tu escogido,
al hombre que tú fortaleciste.
No nos alejaremos de ti:
danos vida para que invoquemos tu nombre.

Lectura de la carta a los Hebreos

Al entrar Cristo en el mundo dice:
«Tú que no quisiste sacrificios ni ofrendas,
pero me formaste un cuerpo
no aceptaste
holocaustos ni víctimas expiatorias.
Entonces yo dije: He aquí que vengo
—pues así está escrito  en el comienzo del libro acerca de mí—
para hacer, ¡oh Dios!, tu voluntad».
Primero dice: «Tú no quisiste sacrificios ni ofrendas, ni holocaustos, ni víctimas expiatorias», que se ofrecen según la ley.
Después añade: «He aquí que vengo para hacer tu voluntad».
Niega lo primero para afirmar lo segundo.
Y conforme a esa voluntad todos quedamos santificados por la oblación del cuerpo de Jesucristo, hecha una vez para siempre.

Lectura del Evangelio según san Lucas

En aquellos días, María se levantó y se puso en camino de prisa hacia la montaña, a una ciudad de Judá;
entro en casa de Zacarías y saludó a Isabel.
Aconteció que, en cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre.
Se llenó Isabel de Espíritu Santo y, levantando la voz, exclamó:
«¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre!
¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?
Pues, en cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre.
Bienaventurada la que ha creído, porque lo que le ha dicho el Señor se cumplirá».

Oración de los fieles:
  • Para que las comunidades eclesiales estemos preparadas para acoger la presencia de la Buena Noticia. Oremos.
  • Para que nuestras casas estén abiertas para acoger a todos aquellos que vengan a buscarnos. Oremos.
  • Pedimos por todas las personas que, como María, se dejan hacer por el Espíritu, salen de su comodidad y colaboran en hacer un mundo donde sea posible la alegre presencia del Evangelio. Oremos.
  • Para que todas las personas que celebramos la Navidad estemos dispuestas a celebrar la vida en todos sus aspectos. Oremos.
  • Para que no convirtamos la Navidad en simples fiestas de invierno, sino que el motivo de fiesta sea la llegada del Señor. Oremos.
  • Por nuestra comunidad parroquial, para que seamos testimonio de fe en el Dios de la humildad, la debilidad y nos conceda el don de afirmar “aquí estamos para cumplir tu voluntad” Oremos
Después de la comunión:

Entra, Señor, y derrumba mis murallas,
que en mi ciudadela sitiada
entren mis hermanos, mis amigos, mis enemigos.
Que entren todos, Señor de la vida,
que coman de mis silos,
que beban de mis aljibes,
que pasten en mis campos.
Que se hagan cargo, mi Dios,
de mi gobierno.
Que pueda darles todo,
que icen tu bandera en mis almenas,
hagan leña de mis lanzas
y las conviertan en podaderas.
Que entren, Señor en mi viña,
que es tu viña. Que corten racimos
y mojen tu pan en mi aceite.
Y saciados de todo tu amor, por mi amor, vuelvan a ti para servirte.
Entra, Señor, y rompe mis murallas.