Jueves Santos

Ambientación inicial:

            Bienvenidos, hermanos, a la celebración de la Cena del Señor, con la que comenzamos estos días santos de la entrega, pasión, muerte y resurrección de Jesús. Él nos ha amado hasta el extremo y nos enseña cómo ha de ser nuestro amor.

            A partir de este momento, la celebración de la Eucaristía será la Nueva Pascua cristiana. Jesús nos dijo: “Haced esto en memoria mía” y también: “Haced vosotros lo mismo”. Y nosotros lo repetimos para que esté en medio de su comunidad y sigamos su ejemplo de amor fraterno y servicio humilde, sencillo, atento, personal.

Rito del perdón:

  • Tú, Señor, que nos llamas a amarnos unos a otros, como Tú nos amas. Señor, ten piedad.
  • Tú, Señor, que nos llamas a amarnos unos a otros hasta el extremo. Cristo, ten piedad.
  • Tú, Señor, que nos enseñas que el amor es entrega y servicio hasta lavar los pies de los demás. Señor, ten piedad.

Monición a la Palabra:

La Palabra que vamos a escuchar nos invita a hacer memoria del paso de Dios por nuestra historia personal y colectiva; a hacer memoria de las palabras y los gestos del Señor, testamento definitivo para nuestro caminar como discípulos suyos.

Lectura del libro del Éxodo.

EN aquellos días, dijo el Señor a Moisés y a Aarón en tierra de Egipto:
«Este mes será para vosotros el principal de los meses; será para vosotros el primer mes del año. Decid a toda la asamblea de los hijos de Israel: «El diez de este mes cada uno procurará un animal para su familia, uno por casa. Si la familia es demasiado pequeña para comérselo, que se junte con el vecino más próximo a su casa, hasta completar el número de personas; y cada uno comerá su parte hasta terminarlo.
Será un animal sin defecto, macho, de un año; lo escogeréis entre los corderos o los cabritos.
Lo guardaréis hasta el día catorce del mes y toda la asamblea de los hijos de Israel lo matará al atardecer». Tomaréis la sangre y rociaréis las dos jambas y el dintel de la casa donde lo comáis. Esa noche comeréis la carne, asada a fuego, y comeréis panes sin fermentar y hierbas amargas.
Y lo comeréis así: la cintura ceñida, las sandalias en los pies, un bastón en la mano; y os lo comeréis a toda prisa, porque es la Pascua, el Paso del Señor.
Yo pasaré esta noche por la tierra de Egipto y heriré a todos los primogénitos de la tierra de Egipto, desde los hombres hasta los ganados, y me tomare justicia de todos los dioses de Egipto. Yo, el Señor.
La sangre será vuestra señal en las casas donde habitáis. Cuando yo vea la sangre, pasaré de largo ante vosotros, y no habrá entre vosotros plaga exterminadora, cuando yo hiera a la tierra de Egipto.
Este será un día memorable para vosotros; en él celebraréis fiesta en honor del Señor. De generación en generación, como ley perpetua lo festejaréis».

El cáliz de bendición es comunión de la sangre de Cristo.

¿Cómo pagaré al Señor
todo el bien que me ha hecho?
Alzaré la copa de la salvación,
invocando el nombre del Señor. R/.

Mucho le cuesta al Señor
la muerte de sus fieles.
Señor, yo soy tu siervo,
hijo de tu esclava:
rompiste mis cadenas. R/.

Te ofreceré un sacrificio de alabanza,
invocando el nombre del Señor.
Cumpliré al Señor mis votos
en presencia de todo el pueblo. R/.

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios.

HERMANOS:
Yo he recibido una tradición, que procede del Señor y que a mi vez os he transmitido: que el Señor Jesús, en la noche en que iba a ser entregado, tomó pan y, pronunciando la Acción de Gracias, lo partió y dijo:
«Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía».
Lo mismo hizo con el cáliz, después de cenar, diciendo:
«Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre; haced esto cada vez que lo bebáis, en memoria mía».
Por eso, cada vez que coméis de este pan y bebéis del cáliz, proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva.

Lectura del santo Evangelio según san Juan.

Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo.
Estaban cenando; ya el diablo había suscitado en el corazón de Judas, hijo de Simón Iscariote, la intención de entregarlo; y Jesús, sabiendo que el Padre había puesto todo en sus manos, que venía de Dios y a Dios volvía, se levanta de la cena, se quita el manto y, tomando una toalla, se la ciñe, luego echa agua en la jofaina y se pone a lavarles los pies a los discípulos, secándoselos con la toalla que se había ceñido.
Llegó a Simón Pedro, y este le dice:
«Señor, ¿lavarme los pies tú a mí?».
Jesús le replicó:
«Lo que yo hago, tú no lo entiendes ahora, pero lo comprenderás más tarde».
Pedro le dice:
«No me lavarás los pies jamás».
Jesús le contestó:
«Si no te lavo, no tienes parte conmigo».
Simón Pedro le dice:
«Señor, no solo los pies, sino también las manos y la cabeza».
Jesús le dice:
«Uno que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque todo él está limpio. También vosotros estáis limpios, aunque no todos».
Porque sabía quién lo iba a entregar, por eso dijo: «No todos estáis limpios» Cuando acabó de lavarles los pies, tomó el manto, se lo puso otra vez y les dijo:
«¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis «el Maestro» y «el Señor», y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros: os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis».

Lavatorio de los pies:

Durante la Cena Jesús se levantó de la mesa e hizo un gesto propio del criado, lavó los pies a sus discípulos. Nos dio ejemplo de Amor. Nos encargó hacer lo mismo. El servicio a los hermanos no puede separarse de la eucaristía. Comulgar con Cristo nos lleva a servir a los demás.

Lavatorio

Peticiones:

  • Por el Papa Francisco, por nuestros obispos, sacerdotes, diáconos y por toda la Iglesia, para que nuestras comunidades cristianas sean espacios de cuidado, acogida y encuentro con el Señor. Roguemos al Señor.
  • Por los gobernantes, para que vivan este servicio desde la entrega, los cuidados y poniendo siempre en el centro a las personas más vulnerables. Roguemos al Señor.

Por los pueblos que sufren la guerra, para que se imponga el sentido común y desde el diálogo y la escucha encuentren solución a lo que tanto dolor y muerte provoca. Roguemos al Señor.

Por los voluntarios de Cáritas y todas las personas que quieren vivir como Jesús, con una entrega sin condiciones: los que atienden a las personas enfermas, a la infancia, a quienes están en la cárcel, a migrantes… para que vivan en unión con Cristo servidor y cuidador. Roguemos al Señor.

Por todos nosotros, para que, como Iglesia Sinodal, descubramos la llamada al servicio, a la acogida y a transmitir la Buena Noticia de Jesucristo. Roguemos al Señor.

Antes del traslado al Monumento:

La presencia de Jesús en la Eucaristía es para que aprendamos de Él a permanecer donde se nos necesita, y a trabajar con los que se implican por los demás y están dispuestos a dar la vida por los hermanos. Dispongámonos a la oración silenciosa y prolongada.

Oración ante el Monumento

Sentarse a la mea es de amigos, Jesús,
Tú te sentaste a la mesa con los tuyos.
Hoy queremos estar también contigo,
en la misma mesa, en este momento de agradecimiento.
A aquellos amigos les dijiste que se amasen
como Tú lo habías hecho a cada uno de ellos,
que se ayudasen unos a otros.
Aquella noche compartiste con ellos el pan y el vino
e hiciste de este gesto un sacramento.
Eras feliz con tus amigos, Jesús.
Nosotros también somos de los tuyos.
Y estamos felices por celebrar los gestos de tu amor.
Queremos acompañarte para decirte que necesitamos tu compañía.
Queremos estar contigo porque necesitamos que estés con nosotros.
Gracias, Jesús, por enseñarnos tantas cosas
y por compartir tu cuerpo y sangre con nosotros.