Viernes Santo

Ambientación inicial:

Comenzamos la celebración de la muerte de Cristo, celebración austera, pero no triste, sobria, pero cargada de emoción y sentimiento. La crucifixión no fue un acto aislado, sino la culminación de una vida comprometida. La cruz es el signo que nos muestra hasta dónde llega el amor y la generosidad de Jesús, que no dudó en su entrega. Este misterio nos desvelará que toda entrega generosa no acaba en la muerte , sino en la vida, y en la vida que no se termina. Cristo, muriendo, destruyó la muerte, y resucitando, restauró la vida. Tu amor nos ha salvado, gracias, Señor.

Ambientación a la palabra:

La lectura del profeta Isaías, nos describe la pasión salvadora y gloriosa del Siervo de Yahvé. El Siervo descubre que su dolor, será para redimir el pecado del pueblo. La Carta a los Hebreos subraya la condición humana de Jesús, esencial para el sacrificio y el sacerdocio. El evangelista Juan, nos muestra el relato de la Pasión de Jesús y contempla a Cristo glorificado. En la propia Pasión, lo hace Rey triunfador que ha vencido al mundo. El siervo encarna el sufrimiento humano en toda su amplitud, pero su capacidad de compasión y entrega abre una vía de esperanza y salvación a todo el que sufre.

Oración universal:

La muerte de Jesús no fue inútil. Abrió nuestros corazones a la esperanza, y ciertamente que las cosas pueden ser de otro modo.
Presentemos al Señor lo que conoce y le duele, los dolores de la Iglesia y de la Humanidad. Lo hacemos con humildad y con la convicción de que, al orar, le dejamos ser Señor en nosotros.

Peticiones: ………Hoja a parte …………………………….

A la adoración a la Cruz:

Levantamos en alto la Cruz, para que todas nuestras miradas converjan hacia este signo de salvación. Hoy la Cruz es el centro de la liturgia y de nuestra devoción. “Cuando yo sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí”. Dejémonos atraer por Cristo crucificado, nuestros ojos y nuestros corazones puestos en Él.

Antes de la comunión:

En esta celebración de la muerte del Señor, no se celebra la Eucaristía, pero sí que participamos en la comunión del cuerpo de Cristo consagrado ayer en la misa de la Cena del Señor, porque comulgar hoy después de venerar el madero de la Cruz supone que hacemos nuestro el misterio de la muerte del Señor. Al participar hoy en el banquete eucarístico podemos decir con san Pablo: “Estoy crucificado con Cristo y nos soy yo, es Cristo quien vive en mí”.