SEGUNDO DOMINGO DE CUARESMA – CICLO B

Ambientación inicial:

Necesitamos buscar momentos de paz y sosiego, de calma y reposo para vislumbrar la presencia del Padre que nos atrae con su misericordia. Es necesario regresar a nuestro interior.
            Nuestro camino cuaresmal es transitar por lugares áridos  para llegar a lo alto del Sinaí, como los hebreos liberados, donde podremos ver nuestra realidad de criaturas: necesitadas de palabras que nos liberan, de alimento que nos da vida, de promesas de resurrección.
Bienvenidos a la eucaristía, donde podamos decir ¡que bien se está aquí!

Rito del perdón:

  • Tú, Padre de bondad y misericordia, que nos hablas de fraternidad y de salvación en la escucha del Mesías. Señor, ten piedad.
  • Tú, Verbo eterno, que nos muestras el camino de las bienaventuranzas, en la tranquilidad de la contemplación. Cristo, ten piedad.
  • Tú, Espíritu de vida y de profecía, que nos das la agudeza y el brío para no quedarnos en la montaña y bajar a la llanura de la vida. Señor, ten piedad.

Ambientación a la Palabra:

Las lecturas que vamos a escuchar destacan la cercanía entre Dios y nosotros. El creyente es aquel que se ha encontrado con el Señor y quiere responderle con su vida. Él está siempre con nosotros, nos llama a acoger su voluntad y nos da la fuerza para hacerlo. Naturalmente, es necesario, que lo reconozcamos con al hijo de Dios, el Mesías que ha venido a salvar al mundo.

Lectura del libro del Génesis. Gén 22, 1-2. 9a. 10-13. 16-18

En aquellos días, Dios puso a prueba a Abrahán.
Le dijo:
    «¡Abrahán!».
Él respondió:
    «Aquí estoy».
Dios dijo:
    «Toma a tu hijo único, al que amas, a Isaac, y vete a la tierra de Moria y ofrécemelo allí en holocausto en uno de los montes que yo te indicaré».
Cuando llegaron al sitio que le había dicho Dios, Abrahán levantó allí el altar y apiló la leña.
Entonces Abrahán alargó la mano y tomó el cuchillo para degollar a su hijo.
Pero el ángel del Señor le gritó desde el cielo:
    «¡Abrahán, Abrahán!».
Él contestó:
    «Aquí estoy».
El ángel le ordenó:
    «No alargues la mano contra el muchacho ni le hagas nada. Ahora he comprobado que temes a Dios, porque no te has reservado a tu hijo, a tu único hijo».
Abrahán levantó los ojos y vio un carnero enredado por los cuernos en la maleza. Se acercó, tomó el carnero y lo ofreció en holocausto en lugar de su hijo.
El ángel del Señor llamó a Abrahán por segunda vez desde el cielo y le dijo: «Juro por mí mismo, oráculo del Señor: por haber hecho esto, por no haberte reservado tu hijo, tu hijo único, te colmaré de bendiciones y multiplicaré a tus descendientes como las estrellas del cielo y como la arena de la playa. Tus descendientes conquistarán las puertas de sus enemigos. Todas las naciones de la tierra se bendecirán con tu descendencia, porque has escuchado mi voz».

R/.   Caminaré en presencia del Señor en el país de los vivos. Sal 115, 10 y 15. 16-17. 18-19

        V/.   Tenía fe, aun cuando dije:
                «¡Qué desgraciado soy!».
                Mucho le cuesta al Señor
                la muerte de sus fieles.   R/.

        V/.   Señor, yo soy tu siervo,
                siervo tuyo, hijo de tu esclava:
                rompiste mis cadenas.
                Te ofreceré un sacrificio de alabanza,
                invocando tu nombre, Señor.   R/.

        V/.   Cumpliré al Señor mis votos
                en presencia de todo el pueblo,
                en el atrio de la casa del Señor,
                en medio de ti, Jerusalén.   R/.

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos. Rom 8, 31b-34

Hermanos:
Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? El que no se reservó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará todo con él? ¿Quién acusará a los elegidos de Dios? Dios es el que justifica. ¿Quién condenará? ¿Acaso Cristo Jesús, que murió, más todavía, resucitó y está a la derecha de Dios y que además intercede por nosotros?

Lectura del santo Evangelio según san Marcos. Mc 9, 2-10

EN aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, subió aparte con ellos solos a un monte alto, y se transfiguró delante de ellos. Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como no puede dejarlos ningún batanero del mundo.
Se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús.
Entonces Pedro tomó la palabra y dijo a Jesús:
    «Maestro, ¡qué bueno es que estemos aquí! Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías».
No sabía qué decir, pues estaban asustados.
Se formó una nube que los cubrió y salió una voz de la nube:
    «Este es mi Hijo, el amado; escuchadlo».
De pronto, al mirar alrededor, no vieron a nadie más que a Jesús, solo con ellos.
Cuando bajaban del monte, les ordenó que no contasen a nadie lo que habían visto hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos.
Esto se les quedó grabado y discutían qué quería decir aquello de resucitar de entre los muertos.

Oración de los fieles:

  • Mira, Señor, a tu Iglesia y ayúdala a llevar a las gentes la buena noticia de tu amor y de tu luz, que nos trae la salvación. Oremos.
  • Mira, Señor, al mundo y a todas las personas y ayúdalos a defender la vida y la dignidad humana, porque todos somos tus hijos queridos. Oremos
  • Te pedimos por las personas buenas, por las organizaciones sociales que buscan el bien común y por todos los que buscan transformar y transfigurar el mundo de la cultura, del arte, de la ciencia y de la técnica, para que sus buenos deseos se hagan realidad. Oremos.
  • Te pedimos por las familias sin amor, por los que no tiene trabajo, por las víctimas de la pandemia que seguimos sufriendo. Oremos.
  • Te pedimos por nuestra comunidad parroquial, para que comprendamos la grandeza que nos das al hacernos piedras vivas de tu templo. Oremos.

Después de la comunión:

Nos invitas, Señor, como Jesús, a subir a la montaña
donde, en el silencio, quieres que te encontremos
y, llenos de tu luz, nos convirtamos
en lámparas incandescentes en medio de la noche.
Subir para bajar, en doble movimiento
que va desde la incertidumbre del desierto, con Jesús,
hasta el oasis de tu amor, oculto en nuestro anonimato.
Haremos el camino, Señor, esta Cuaresma,
huyendo de las prisas, del ruido y de la falta de conciencia
para escuchar tu voz: “Jesús es el camino”.
Y volveremos a la calle, cogidos de su mano,
sabiendo que tu amor sigue presente en nuestro mundo
y queriendo ser testigos de su vida en medio de las sombras.