III Domingo de Pascua

Ambientación inicial:

Jesús se presenta vivo y resucitado ante sus amigos los apóstoles. Pero no lo reconocen e incluso tienen miedo de Él. Les enseña sus manos y sus pies y come con ellos. También a nosotros nos cuesta reconocer a Jesús vivo entre nosotros. Nos gusta saber que está en los cielos, y en los templos cristianos, pero nos cuesta reconocerle en todos los que nos rodean: en los pobres, en los marginados, en los que sufren y en los parados.
En este tercer domingo de Pascua sigamos construyendo y abriendo caminos a la esperanza. Sed todas y todos bienvenidos.

Rito del perdón

  • Por las veces en que no reconocemos a Jesús, aunque lo tengamos delante. Señor, ten piedad.
  • Por todos los miedos que nos atan y los pesimismos que nos invaden. Cristo, ten piedad.
  • Por las veces que pensamos que Jesús nos ha dejado solos, que nos ha abandonado. Señor, ten piedad.

Ambientación a la Palabra:

Los apóstoles iniciaron con ilusión y alegría la tarea de proclamar a los cuatro vientos la Buena Noticia de Jesús. Hoy nos toca a nosotros continuar ese proceso de anuncio y evangelización. Pero para poder hacerlo de manera creíble y esperanzada, antes hay que vivir una experiencia de encuentro gozoso con Jesús resucitado, que haga posible superar las dudas y los miedos que tantas veces nos paralizan.

Lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles.

EN aquellos días, el sumo sacerdote interrogó a los apóstoles, diciendo:
«¿No os habíamos ordenado formalmente no enseñar en ese Nombre? En cambio, habéis llenado Jerusalén con vuestra enseñanza y queréis hacernos responsables de la sangre de ese hombre».
Pedro y los apóstoles replicaron:
«Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres. El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús, a quien vosotros matasteis, colgándolo de un madero. Dios lo ha exaltado con su diestra, haciéndolo jefe y salvador, para otorgar a Israel la conversión y el perdón de los pecados. Testigos de esto somos nosotros y el Espíritu Santo, que Dios da a los que lo obedecen».
Prohibieron a los apóstoles hablar en nombre de Jesús, y los soltaron. Ellos, pues, salieron del Sanedrín contentos de haber merecido aquel ultraje por el Nombre.

Te ensalzaré, Señor, porque me has librado.

Te ensalzaré, Señor, porque me has librado
y no has dejado que mis enemigos se rían de mí.
Señor, sacaste mi vida del abismo,
me hiciste revivir cuando bajaba a la fosa. R/.

Tañed para el Señor, fieles suyos,
celebrad el recuerdo de su nombre santo;
su cólera dura un instante;
su bondad, de por vida;
al atardecer nos visita el llanto;
por la mañana, el júbilo. R/.

Escucha, Señor, y ten piedad de mí;
Señor, socórreme.
Cambiaste mi luto en danzas.
Señor, Dios mío, te daré gracias por siempre. R/.

Lectura del libro del Apocalipsis.

Yo, Juan, miré, y escuché la voz de muchos ángeles alrededor del trono, de los vivientes y de los ancianos, y eran miles de miles, miríadas de miríadas, y decían con voz potente:
«Digno es el Cordero degollado de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza». Y escuché a todas las criaturas que hay en el cielo, en la tierra, bajo la tierra, en el mar-todo cuanto hay en ellos, que decían: «Al que está sentado en el trono y al Cordero la alabanza, el honor, la gloria y el poder por los siglos de los siglos».
Y los cuatro vivientes respondieron:
«Amén».
Y los ancianos se postraron y adoraron.

Lectura del santo Evangelio según san Juan.

EN aquel tiempo, Jesús se apareció otra vez a los discípulos junto al lago de Tiberíades. Y se apareció de esta manera:
Estaban juntos Simón Pedro, Tomás, apodado el Mellizo; Natanael, el de Caná de Galilea; los Zebedeos y otros dos discípulos suyos.
Simón Pedro les dice:
«Me voy a pescar».
Ellos contestan:
«Vamos también nosotros contigo».
Salieron y se embarcaron; y aquella noche no cogieron nada. Estaba ya amaneciendo, cuando Jesús se presentó en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús.
Jesús les dice:
«Muchachos, ¿tenéis pescado?».
Ellos contestaron:
«No».
Él les dice:
«Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis».
La echaron, y no podían sacarla, por la multitud de peces. y aquel discípulo a quien Jesús amaba le dice a Pedro:
«Es el Señor».
Al oír que era el Señor, Simón Pedro, que estaba desnudo, se ató la túnica y se echó al agua. Los demás discípulos se acercaron en la barca, porque no distaban de tierra más que unos doscientos codos, remolcando la red con los peces.
Al saltar a tierra, ven unas brasas con un pescado puesto encima y pan.
Jesús les dice:
«Traed de los peces que acabáis de coger».
Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red repleta de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y aunque eran tantos, no se rompió la red.
Jesús les dice:
«Vamos, almorzad».
Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor. Jesús se acerca, toma el pan y se lo da, y lo mismo el pescado.
Esta fue la tercera vez que Jesús se apareció a los discípulos después de resucitar de entre los muertos.
Después de comer, dice Jesús a Simón Pedro:
«Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos?».
Él le contestó:
«Sí, Señor, tú sabes que te quiero».
Jesús le dice:
«Apacienta mis corderos».
Por segunda vez le pregunta:
«Simón, hijo de Juan, ¿me amas?».
Él le contesta:
«Sí, Señor, tú sabes que te quiero».
Él le dice:
«Pastorea mis ovejas».
Por tercera vez le pregunta:
«Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?».
Se entristeció Pedro de que le preguntara por tercera vez:
«¿Me quieres?» y le contestó:
«Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero».
Jesús le dice:
«Apacienta mis ovejas. En verdad, en verdad te digo: cuando eras joven, tú mismo te ceñías e ibas adonde querías; pero, cuando seas viejo, extenderás las manos, otro te ceñirá y te llevará adonde no quieras».
Esto dijo aludiendo a la muerte con que iba a dar gloria a Dios.
Dicho esto, añadió: «Sígueme».

Oración de los fieles:

  • Por la Iglesia y todas las comunidades cristianas, para que manifieste siempre con firmeza la obediencia a Dios y dé testimonio creíble de su voluntad salvadora. Roguemos al Señor.
  • Para que nuestros dirigentes eclesiales y sociales destaquen por su servicio al bien común, y sobre todo, a los más débiles. Roguemos al Señor.
  • Por todas las situaciones de violencia, pobreza, sufrimiento …para que se conviertan en oportunidad para construir espacios de salvación. Roguemos al Señor.
  • Por todas las personas que colaboran en organizaciones de solidaridad, de justicia y de acogida, para que reciban la fuerza del Espíritu y las ayudas necesarias. Roguemos al Señor.
  • Para que se multipliquen en nuestros ambientes las señales de esperanza pedidas por el papa Francisco para este año jubilar. Roguemos al Señor.

Oración después de la comunión:

Señor,
haz de mi un discípulo tuyo,
como aquellos que te reconocieron junto al lago.
Enséñame a reconocer los signos de tu presencia en mi vida,
pero también en los acontecimientos de esta historia que,
tras tu muerte y resurrección,
no es ni puede ser otra que Historia de Salvación.
Transfórmame y modélame
para que en mis días renazca la esperanza,
para creer profundamente que la fraternidad es posible
y que el perdón, la reconciliación y la paz,
que nos otorgas generosamente,
son más grandes y más fuertes
que el rencor y el odio que tanto nos gusta exhibir.
Haznos fieles testigos de tu amor y tu verdad
sin temer, por ello, a los que puedan amenazar nuestra existencia.
Renuévanos como comunidad cristiana
para que aprendamos a reconocerte
en nuestras celebraciones,
en nuestra escucha de la palabra
y en nuestro compromiso con los más necesitados,
para ser signo de tu presencia en el mundo.